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Inicio de la cuarta novela 

22 de Octubre de 2022.

La tarde caía sobre los Andes, dejando atrás un caluroso día de primavera austral a finales del mes de Noviembre.

Rebeca disfrutaba del paisaje mientras saboreaba un humeante té de canela que empañaba ligeramente el cristal del ventanal. El tren, uno de esos modelos antiguos que les encanta a los turistas, avanzaba lentamente a través del valle del río Urubamba, custodiado por interminables colinas nevadas  que apenas  permitían ver el cielo.

El trayecto desde Ollantaytambo, donde tomó el tren hacía casi una hora y media, estaba a punto de terminar. Los primeros vestigios de civilización empezaban a manifestarse, dejando atrás las bucólicas estampas  de las que había disfrutado durante todo el recorrido. Nunca olvidaría aquel viaje en tren hasta las entrañas de la ancestral civilización Inca. Más que por la belleza del recorrido, que también, lo recordaría por lo casual de los acontecimientos que la habían dirigido de manera inexorable hasta aquella ceja de selva amazónica que confluye con las mágicas montañas andinas en la localidad de Aguas Calientes.

La tarde caía lentamente, y con ella, un ligero viento del norte arrastraba una bóveda de nubes rojas sobre la localidad, tiñendo de tonos ocres las fachadas de las casas que escoltaban el paso del viejo tren. A lo lejos, las luces de los faroles ya encendidas y alineadas anunciaban la llegada al apeadero.

Las puertas del vagón se abrieron, dejando pasar sonidos de flautas y algunos cánticos mezclados con ladridos de perro. Una extraña sensación de frio recorrió su cuerpo al abandonar el tren; sintió que por fin había llegado el momento que tanto tiempo había estado esperando.

El hotel donde había reservado su estancia por una noche se encontraba en el mismo andén del apeadero. Apenas anduvo treinta pasos hasta llegar a la puerta del establecimiento, donde esperaba sentada una joven que al sentir la presencia de Rebeca, levantó la mirada y saludó tímidamente. Rebeca pensó por su aspecto que debía de tener la piel suave. Conjeturó en unas milésimas de segundo  que tendría unos dieciséis o diecisiete años, pero que le traicionaba esa mirada grave y sin fondo de los que ya no tienen edad a pesar de no haber llegado a la madurez.

-Hola. –Saludó rebeca casi sin querer.

La chica esbozó una pequeña mueca en una especie de media sonrisa y bajó la cabeza mientras Rebeca se adentraba en el rellano de entrada al hotel, donde se encontraba la recepción.

-Buenas tardes, Señorita – saludó la recepcionista-. Usted debe ser…

-Rebeca O´Shea –respondió ella con seguridad, sin dejar que la recepcionista adivinara su nombre.

-Debe de estar Usted muy cansada, señorita O´Shea. El viaje desde Cuzco se hace largo. Espero que disfrute de su estancia en nuestro Hotel. Bienvenida.

La recepcionista alargó la mano, entregándole las llaves.

-Muchas gracias – respondió Rebeca con un hilo de voz, mientras correspondía las palabras de la recepcionista con una sonrisa algo forzada y se colocaba de nuevo la mochila.

Al llegar a la altura de las escaleras, Rebeca se giró por completo y dirigió su mirada hacia la recepción. Esperaba que alguien la hubiera dejado un recado pero al parecer no había ningún mensaje para ella. Esta vez no.

Al abrir la puerta de la habitación se encontró con un pequeño habitáculo que tenía anexionado un baño con decenas de mosquitos. Su sensación fue algo contradictoria. Intuitivamente miró a sus tobillos, aún hinchados a causa de las múltiples picaduras de insectos tras su estancia de una semana en Iquitos. Realmente esperaba algo más acogedor, pero aquel dormitorio era solamente un sitio de paso, -pensó. Una cama, una ducha y un retrete bastarían por esta vez.

Al correr las cortinas del balcón fue consciente de que la noche ya había caído de lleno en aquel rincón de los andes peruanos. Al asomarse, lo primero que encontró fue una pared de piedra natural que formaba un cañón que avanzaba paralelo al río. El Urubamba era en este tramo un río joven y vigoroso.

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