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POLÍTICA Y LITERATURA: 19 de Noviembre de 2013

"La esencia de la libertad es ser capaz de cambiar de opinión". Esta lapidaria frase que aparece en la página 203 de "La mente de Moebio" no es de mi cosecha, se la pedí prestada a Jodorowsky para, de paso, dejar entrever un atisbo de lo que considero una máxima en mi vida. Como el tema de hoy es la literatura y la política, creo que la frase viene de perlas para poder empezar a tratar este peliagudo tema.

¿Cómo ha influido la política en la literatura? o mejor todavía, ¿cómo ha influido la literatura en la política? Centrándonos en nuestro país, el debate de “las dos Españas” fue ideado por los escritores y pensadores de finales del siglo XIX y principios del XX. Los pertenecientes al llamado Regeneracionismo, entre  los que destacó el escritor Joaquín Costa, fueron quienes meditaron objetiva y científicamente sobre las causas de la decadencia española. Paralelo a este grupo de Regeneracionistas estaba un grupo de escritores llamado “Generación del 98”, quienes inspirados en el Regeneracionismo, trataron el tema de la pérdida de la guerra de Cuba y su oposición al gobierno de Cánovas del Castillo desde el punto de vista literario. La generación del 98, movimiento de ideología izquierdista en su mayoría, tomó como única arma a la pluma y se opuso a la Restauración Borbónica que inició Cánovas del Castillo, poniendo fin a la primera república, y que duraría hasta el 14 de Abril de 1931, fecha en la que comienza la segunda, previo paso por la dictadura de Primo de Rivera. Este periodo, a medio camino entre las dos repúblicas, se caracterizó políticamente por la manipulación y la corrupción. Los términos que hoy conocemos como “pucherazo” o “caciquismo”, fueron acuñados en aquella época, en la que ya existía un sistema parecido al que hoy tenemos. Había un “turno de partidos” que hacía que los dos principales (progresista y conservador), se relevasen en el poder de manera periódica, dejando a un lado a un tercer partido, el democrático, que permanecía marginado. Contra todas estas injusticias políticas luchó la generación del 98, que nunca llegó a adoptar una postura revolucionaria activa, principalmente porque sus miembros tenían distintos planteamientos políticos: Desde el socialismo marxista que atrajo inicialmente a Unamuno, o el anarquismo de Azorín, hasta las concepciones autoritarias en la concepción del Estado que terminó defendiendo Ramiro de Maeztu. Su análisis de la realidad derivó hacia planteamientos más filosóficos que políticos, proponiendo la regeneración nacional a través de valores espirituales poco aplicables a los problemas que sufría la sociedad española. Antonio Machado fue quizás el único que conservó una actitud de izquierdas comprometida hasta su muerte en el exilio después de la Guerra Civil, periodo que pasamos a tratar a continuación. La literatura en la Guerra Civil Española sirvió como arma determinante y propaganda utilísima en revistas y libros que proliferaron y que trataban de aleccionar y levantar la moral de combate en el frente o en la retaguardia. Los escritores recitaban encendidos versos revolucionarios en las trincheras que previamente habían escrito, con el fin de alimentar y animar la resistencia. Durante años, la imagen de «las dos Españas», acuñada por Antonio Machado en uno de sus poemas de Campos de Castilla, se antojó fidedigna de la realidad social, pero el tiempo nos ha venido a mostrar que su atractivo enunciado no esconde sino una verdad a medias. Estas «dos Españas» fueron elevadas a categoría por aquellas dos minorías (Fascistas y Comunistas) a las que les convenía someter y arrastrar a la tercera España, la más numerosa, liberal y pacífica. Y así ocurrió, la España de los padres de la literatura española, la de aquellos hombres que ya habían dado lo mejor de su obra, los hombres de la generación del 98, de alguna manera padres también de la República, se vieron forzados a escoger una de las dos Españas que les presentaban sus hijos. El drama de la guerra lo vivieron más cruelmente que nadie los hermanos Manuel y Antonio Machado, a quienes el levantamiento sorprendió separados, uno en Burgos y otro en Madrid. Manuel, después de ser encarcelado por los fascistas, acabaría poniendo su pluma al servicio de Franco, y Antonio, que murió al final de la guerra en un exilio tan inhumano como sórdido, al servicio de Enrique Líster. La guerra consagró y/o mitificó a muchos escritores, sobre todo en el bando republicano, algunos de ellos pertenecientes a la generación del 27, como Emilio Prados, Federico García Lorca, Max Aub o Rafael Alberti. También cabría destacar a Juan Ramón Jiménez, Juan Gil-Albert, María Zambrano, Rosa Chacel, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, o José Bergamín. Algunos de ellos fueron asesinados por el bando nacional y otros tuvieron que exiliarse para volver años después de la guerra, o una vez el dictador hubo fallecido. En el bando Nacional, cabría destacar a Dámaso Alonso y a Gerardo Diego, que en contraposición a la mayoría de sus colegas de gremio, tomaron partido en el bando Nacional. También digno de mención es Agustín de Foxá (fundador de Falange junto a Primo de Rivera). La guerra terminó y vinieron años de dura dictadura, que terminaron cuando el 20 de Noviembre falleció el dictador, dando paso a una nueva época, la transición, en la que florecieron diferentes grupos creativos de distinta índole. Antes de que ésta se produjese (a la transición me refiero), allá por los años 60, la sociedad española entra en una época de profundo cambio, generado por el desarrollo económico, cultural y social. Empieza el progreso y con él se afianza un nuevo tipo de literatura alejada de la temática de la guerra civil. Es el momento de la novela experimental que adopta nuevas formas narrativas y juega constantemente con el lenguaje. Tras la muerte de Franco en 1975 aparecen diversos tipos de literatura que tienen la intención de romper con la tradición anterior. Así, surgen novelas de aventuras, policíacas (Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán), históricas (Gonzalo Torrente Ballester), o intimistas (Adelaida García Morales). El nuevo lector prefiere ahora las narraciones con argumento, donde predominen las aventuras y la acción, quedando lejos ya los nostálgicos relatos de finales del siglo anterior y principios/mediados del que corría.

En 1989, Camilo José Cela recibe el premio Nobel de literatura, en recompensa por una carrera literaria llena de títulos memorables, entre los que destacan La familia de Pascual Duarte, La colmena o La cruz de San Andrés. Hablando de política, Camilo José Cela era bastante conservador. Fue avispado y no dudó en poner en práctica una triple estrategia que le ayudaría a mantenerse en el candelero en aquella convulsa época de la dictadura, y que consistía en lo siguiente: Colaboracionismo político con el Régimen ( colaboró con las publicaciones Franquistas en prensa después de la guerra y ejerció como censor del régimen), estilo literario impactante e imagen pública epatante, además de  una constante dedicación a la literatura. A finales de la década de los 80, y coincidiendo con el fallo del Premio Nobel de Literatura,  se produce un cambio digno de reseñar, quizás uno de los más grandes en el pasado siglo, que no es otro que la irrupción de la mujer en la literatura activa, y es que las mujeres son acogidas con entusiasmo en la narrativa y la literatura, pasando del ostracismo literario al reconocimiento masivo. Todo el país ha experimentado un cambio drástico respecto al papel de la mujer en la sociedad, y la literatura no fue a la zaga. Buen ejemplo de ello fueron Rosa Montero, Maruja Torres, Carmen Posadas y Soledad Puértolas, ganadoras del premio planeta entre los años 1989 y 2000. En la década de los 90 hay un escritor que sobresale por encima del resto y es en esta época cuando recibe la mayoría de los galardones con los que fue premiado. El polémico Francisco Umbral nunca llegó a ocupar un sillón en la RAE, pero no por eso deja de ser uno de los principales literatos de finales del siglo XX. Gran cronista, retrató de manera magistral en su columna del diario El País a la movida madrileña y su influjo cultural y sociológico, dándole desde el principio la importancia que social y artísticamente tuvo una de las manifestaciones contraculturales más excelsas que ha tenido españa en los últimos años. Terminaría su vida de columnista en el diario El mundo, donde, a pesar de ser un izquierdista confeso, tuvo una columna semanal llamada “Los placeres y los días”, en las que nos dejó frases como: “La cultura está siempre en la izquierda, y no por oscuras manipulaciones judeomasónicas, como nos enseñaron a los de mi generación, sino porque la cultura toda es pregunta por la vida, por el ser y por las cosas, mientras que la derecha no se pregunta nunca nada. La derecha vive de evidencias: fincas, escudos, armas, liquidez, geografía, clima, sangre. Todo esto son valores catastrales, pero no ideas que hagan avanzar el mundo” o también otra en la que criticaba a ciertos sectores intelectuales de la izquierda que, a su juicio, se estaba “aburguesando”:“Ser de izquierdas no es instalarse en la izquierda, sino la desinstalación permanente, que nos entrega a la corriente de las ideas y los meteoros, a la renovación continua“. Como dato anecdótico, apuntar que ningún escritor ni intelectual de los denominados de izquierdas acudieron a decirle el último adiós.

Al hilo del columnismo, al que algunos han denominado como un nuevo género literario, y al hilo también de la prensa sin censura, la caída del régimen y la llegada de la libertad de expresión, ayudó al posicionamiento de escritores de una y otra ideología, facilitando además su integración en los diferentes diarios, afines tanto a la derecha, como a la izquierda. Por citar algunos de los más mediáticos o influyentes, mencionaré a Javier Marías, Alfonso Ussia, Maruja Torres, Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza o Jaime Capmany. Todos ellos se posicionaron sin ningún tipo de pudor, en el “lado” que mejor se adaptaba a su ideología.

Más comerciales y menos literarias son las aportaciones que nuestros “ilustres” políticos hacen a la literatura. En la última década se ha puesto de moda entre la clase política (Véanse Gonzalez y Aznar), el publicar memorias que supuestamente ellos mismos escriben de su puño y letra. Me atrevo a afirmar que ni ellos, ni ninguno de los otros políticos que se “lanzan” a la literatura, han escrito ni una palabra en esos libros. Por un módico precio, estos iluminados y flamantes escritores, contratan a un negro o escritor fantasma, que hace el trabajo que luego ellos firman.

Sé que hay algunos nombres que se han quedado en el tintero (Fernando Sabater, Arturo Pérez Reverte, Fernando Sánchez Dragó, Antonio Gala , etc). Prometo hablar de ellos en los próximos “diario de un escritor”, así como de los “negros”, que creo que también merecen un capítulo especial.

Haciendo una rápida reflexión de lo anteriormente expuesto, me pregunto si ha cambiado mucho el panorama en lo que a política se refiere (en literatura, por supuesto que sí) en estos ciento y pico de años que han pasado desde que se perdió la última colonia española. Los miembros de la generación del 98 y los regeneracionistas se quejaban de algunas de las cosas de las que nos seguimos quejando hoy en día. Todavía hoy, algunos siguen empeñados en la existencia de las “Dos Españas” de Machado, sigue existiendo el bipartidismo, y para colmo, los “pucherazos” y el caciquismo siguen a la orden del día de forma encubierta y legalizada, con ejemplos, que como las meigas, haberlos, haylos. ¿De qué han servido tantos años de penurias, dictadura y transición si todavía siguen latentes algunos de los problemas que teníamos hace más de cien años? Quizás cuando veamos más Españas, podremos solucionar algunos de los problemas que históricamente nos han afectado. Hay que cambiar, regenerarse y adaptarse a los tiempos. Si la literatura ha conseguido evolucionar, la política debería de empezar a hacerlo, o se convertirá en una más de las lacras que afectan a nuestra sociedad.

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