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CURIOSIDADES, MANÍAS, Y RAREZAS DE LOS ESCRITORES. 14 de Febrero de 2014

Hace unos días que terminé la lectura de “La conjura de los necios”, obra cumbre del escritor americano John Kennedy Toole. La mayoría de las personas que me lo aconsejaron, lo hicieron de manera entusiasta, asegurándome que me partiría de risa mientras lo leía. Las expectativas eran tan grandes que quizás eso mismo hizo que durante gran parte del libro, estas expectativas no fuesen del todo satisfechas. A medida que el libro adelgazaba entre mis manos, fui cogiendo cariño al estrambótico personaje que protagoniza la excéntrica novela, si bien, solamente al final logró encandilarme y atraparme del todo. Lo personajes, quijotescos y extravagantes, utilizan el libro como pasarela privilegiada para mostrar sus singulares personalidades en un trasfondo socio-cultural perfectamente retratado por el escritor, que Toole deja entrever continuamente, haciendo repetidas críticas a la sociedad americana de la época. Realmente no quería hablar del argumento del libro, sino más bien del autor. Cuando el libro cayó en mis manos, al echar un ojo a la contraportada, encontré, además de la biografía del escritor, una historia muy, pero que muy curiosa e interesante. Y es que Toole se suicidó en 1969 a los 31 años tras no conseguir publicar esta novela. Toole, convencido del éxito que tendría su flamante creación, envió el manuscrito a la editorial Simon & Schuster. Después de la excitación inicial por el libro, el editor lo rechazó, diciendo que el libro "no trataba realmente de nada", aunque realmente la razón de la negativa sería que su novela hundía demasiado el dedo en la llaga. Toole comenzó a deteriorarse rápidamente después de perder la esperanza de publicar su libro, considerado por él como una obra maestra. Comenzó a emborracharse y a descuidar sus actividades profesionales, dejó de enseñar en las clases doctorales de Tulane, hundiéndose en una profunda depresión que lo llevó a sentirse un absoluto fracasado. Se quitó la vida el 26 de marzo de 1969 después de desaparecer de Nueva Orleans, poniendo un extremo de una manguera de jardín en el tubo de escape de su coche, y el otro extremo en la ventanilla del conductor. Una nota aclaratoria que su madre nunca quiso revelar, fue el epitafio a una carrera literaria frustrada, reconocida solamente a título póstumo en la que, posiblemente, y muy a su pesar, su forma de morir tuviera mucho que ver en el posterior éxito de su libro. Su madre, convencida tanto como Toole del valor literario de la novela, insistió al escritor americano, Walker Percy para que leyera el manuscrito de “La conjura de los necios”. En posteriores entrevistas, Percy afirma que recibió insistentes llamadas de la madre de Toole hasta que, a fuerza de una reiteración compulsiva, consiguió que éste accediera a leer el manuscrito. Recalca que las primeras páginas le parecieron buenas, superando las lineales expectativas que había depositado en el texto. Pero a medida que fue leyendo, se vio completamente absorbido por la genialidad de la novela, accediendo finalmente a escribir el prólogo, y a su posterior publicación en 1980, once años después de la muerte del autor. John Kennedy Toole y su novela, recibieron póstumamente el importante Premio Pulitzer de ficción en 1981, y el premio a la mejor novela de lengua extranjera en Francia en el mismo año. No sólo John Kennedy Toole tuvo que soportar las críticas más severas hacia él o sus obras, muchos escritores célebres han tenido que soportarlas también, no sólo ya cuando eran famosos, sino en sus comienzos. Críticas que les desprestigiaban y que incluso hubieran podido empujarles a renunciar a la literatura de haber sido lo suficientemente impresionables. Por suerte, a excepción del Toole, ninguno de los que nombraré a continuación lo hicieron. He aquí algunas muestras:Aldous Huxley, el autor de “Un mundo feliz” y de “Las puertas de la percepción” (libro que inspiró el nombre del mítico grupo The Doors), tuvo que escuchar críticas que tachaban a su obra de propagandística, lúgubre y pesada. Leon Tolstoi, autor entre otras obras de Ana Karenina, leyó al respecto de esta novela que era basura sentimental. A nuestro Gustavo Adolfo Bécquer le criticaron sus famosas Rimas, llamándolas suspirillos germánicos. Ni el mismísimo Shakespeare se libró del vituperio. De Romeo y Julieta se dijo que era pésima, y Voltaire condenó a Hamlet, una de sus más famosas obras, afirmando que resultaba vulgar y bárbara. No contento con realizar estas destructivas críticas, afirmó que se trataba de una obra escrita por un salvaje borracho. A Gustave Flaubert, ese escritor que tantas frases nos ha dejado para la posteridad, se le procesó por inmoral. La novela en entredicho fue Madame Bovary, llegando a decirse de él que no se le podía considerar ni siquiera como escritor sino más bien como hereje. De Honore de Balzac, al que recientemente "visité"

en el cementerio de Père Lachaise de París, se aseguró que nunca conocería la fama porque no era un escritor importante y que al cabo de cien años nadie le recordaría. Dicho esto, es evidente que cada libro de ficción tiene detrás una historia personal paralela y muy real, que en ocasiones no tiene un final feliz para el autor, cosa que me pareció sumamente interesante y por eso decidí investigar e informarme acerca de los escritores, sus personalidades y sus manías. Empecemos por el Hispano Peruano Mario Vargas Llosa, ganador, entre otros premios del Nobel de literatura, el Cervantes, o el Príncipe de Asturias. Su superstición parece que le ha servido para triunfar en esto de la literatura, y es que, de manera sistemática, la hora de comienzo cuando se sienta a escribir tiene que ser las 7 de la mañana, ni un minuto antes, ni uno después. Tiene un orden casi obsesivo. Los libros de su biblioteca están ordenados por tamaños y países, y lo más curioso, para inspirarse, necesita estar rodeado de figuras de hipopótamos de todas clases. Siguiendo con las supersticiones y los escritores, en este caso escritora, nos encontramos con Isabel Allende, la que dicen, es la escritora viva de lengua española más leída del mundo. Esta escritora, cuyo título más destacado es “La casa de los Espíritus”, hace conjuros antes de ponerse a escribir. Tiene fetiches (fotos de personas vivas y también muertas), y comienza siempre sus novelas el 8 de Enero. Al empezar a escribir, enciende una vela. Cuando la vela se apaga, después de unas siete u ocho horas, deja de escribir, aunque esté en el momento más álgido de inspiración. El momento en el que la vela se apaga, significa que está prohibido escribir una sola palabra más. Como parece que los chilenos son bastante maniáticos, citaremos ahora a Jorge Edwards. El ganador del del premio Cervantes en el año 1999, aprovecha cualquier papel que lleve encima, desde una servilleta del bar hasta un ticket del supermercado, para tomar nota de sus ideas en los momentos más insospechados. He de reconocer que si esto es una rareza, yo también la tengo. He escrito en los materiales más inverosímiles con el afán de plasmar esa idea perecedera que, a veces, pasa sin llamar, y que como idea efímera que es, hay que cazarla al vuelo si quieres hacerla eterna. Siguiendo con escritores de habla hispana, llega el turno de Gabriel García Márquez. El Colombiano, ganador, entre otros muchos premios del Nobel de literatura en 1982, necesita estar en una habitación con una temperatura determinada. Debe tener en su mesa una flor amarilla, de lo contrario no se sienta a escribir, y siempre lo hace descalzo. Si no está inspirado, o el lugar no reúne las condiciones anteriormente mencionadas, no consigue escribir absolutamente nada. Curioso también lo metódico que era el Portugués José Saramago, otro premio Nobel de literatura (1988), que solamente escribía dos folios al día y ni una línea más. Otro escritor con una manía llamativa era Neruda, que solamente utilizaba la tinta verde, no se sabe si como superstición o como sello de identidad. Para terminar de hablar de los escritores relacionados con España o con el castellano, citaremos A Jorge Luis Borges, cuya excentricidad consistía en meterse a la bañera por la mañana, nada más levantarse, y meditar sobre si lo que había soñado valdría para un poema o relato. Después, y de acuerdo a sus “averiguaciones”, escribía una u otra cosa, dependiendo de lo que aquella meditación le hubiera dictado. Como las rarezas no son patrimonio exclusivo de los hispanohablantes, citaremos ahora a algunos escritores anglosajones con peculiaridades: Hemingway, el mismo a quien (como curiosidad), en sus inicios, los editores le devolvían sus obras con una fría nota de rechazo, escribía con una pata de conejo raída en el bolsillo. Isaac Asimov, uno de los escritores más importantes de ciencia ficción en el pasado siglo, trabajaba 8 horas al día, 7 días a la semana. No descansaba ningún festivo o fin de semana y su horario era intocable. Cuando estaba dedicado a escribir, su media era de 35 páginas al día. El dato más curioso de sus rarezas era que no le gustaba revisar más de una vez sus escritos porque lo consideraba una pérdida de tiempo. Henry Miller, el controvertido y censurado escritor americano, tenía manía a la comodidad. Para él la incomodidad era el acicate de la imaginación y pensaba que trabajar incómodo era la mejor forma de escribir algo potable. No quiero imaginar las posiciones que adoptaría mientras escribía aquellas novelas que tanto influyeron a la generación beatnik, y que tanto revuelo causaron en la sociedad americana de la época. Saliendo ya del mundo anglosajón, nos encontramos, por ejemplo con Antonio Tabucchi, un Italiano enamorado de Portugal, que solamente escribía en cuadernos escolares, conservando la esencia de sus primeras anotaciones hasta que murió en 2012 con tan solo 68 años. Por último, y para cambiar radicalmente de cultura y de continente, mencionaré a Haruki Murakami, uno de los escritores japoneses más de moda en la literatura contemporánea. Este escritor, máximo exponente del surrealismo literario, llama la atención, además de por sus obras, por lo metódico que es en su día a día. Se levanta a las tres y media de la mañana y empieza a escribir a las cuatro, durante seis horas. A las diez en punto deja de escribir obligatoriamente y hasta la tarde no realiza ningún otro ejercicio físico ni mental, hasta que sale a entrenar para la preparación de su otra pasión, el maratón. Es tan apasionado de esta disciplina del atletismo como lo es de la literatura, y diariamente sigue esta rutina sin ninguna variación. Después de correr, lee, escucha música y se va a la cama a las 21:00 horas. Afirma que esta rutina termina siendo una especie de hipnosis que le permite alcanzar un profundo estado mental. La verdad es que el tema de las curiosidades literarias es tan grande que podría haber estado hablando de ello durante horas. Les prometo que en posteriores “Diario de un escritor : Una ventana abierta al mundo”, volveré a dedicar un artículo a las peculiaridades de los autores, pues se han quedado muchas historias curiosas en el tintero. Como dice el refrán, lo bueno, si breve, dos veces bueno. Hasta la próxima.

 

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